
En los acordes de Vivaldi encontramos la fuerza y la vitalidad del Barroco. Las cuatro estaciones del veneciano se mueven en ese complicado equilibrio entre lo frugal y lo marchito, entre la vida y la muerte; un oxímoron musical que avanza sorteando altibajos y que le sirve a Josué Ramos para casi cerrar el film Bajo la rosa. El director tinerfeño ha construido un thriller en el alambre, centrado en una historia que se asoma al precipicio y que no busca dejar un buen sabor de boca. El invierno de Vivaldi es una de las pocas concesiones que Ramos muestra al espectador en su última película -cinta que clausuró la primera edición del Festival de Cine Fantástico Isla Calavera-, un desahogo sonoro que nada tiene de alivio en una historia incómoda.
No engañamos a nadie si afirmamos que Bajo la rosa es una película apuntalada en el guión y en el casting de actores, y en la que se hacen visibles las costuras técnicas de una producción milagrosa. De bajo presupuesto, con un equipo reducido, con problemas de última hora en la búsqueda de localizaciones y en el rodaje –el propio Ramos tuvo que asumir la labores de director de fotografía, cámara y foquista-, la cinta consigue alcanzar una consistencia impropia en producciones de este nivel, algo que se agradece en una cartelera protagonizada casi exclusivamente por presupuestos millonarios e historias vacías de contenido.
En un ejercicio casi teatral, en donde los papeles asignados a los actores fueron poco más que perfilados por el director, la trama de Bajo la rosa se desarrolla con pocas pero sólidas premisas: una familia, un secreto y un catalizador -interpretado por el actor argentino Ramiro Blas- alrededor del cual pivota toda la historia. Con esos ingredientes, el film bucea en la oscuridad del alma humana, en la represión de los instintos más primarios y en el reverso moral de las vidas ejemplares. En ese juego de secretos ocultos en el que los protagonistas deambulan, Bajo la rosa no engaña. No juega. Incomoda. La historia sitúa al espectador ante el personaje de Ramiro Blas; nos iguala a la familia protagonista -contrapeso narrativo en la cinta- y nos propone un ejercicio de introspección, culpa, confesión y redención física que trasciende la pantalla.
La soberbia interpretación del argentino de un personaje sin nombre, oscuro, marcado por una incógnita que se va desvelando poco a poco, es secundada de manera magistral por Pedro Casablanc y Elisabet Gelabert; quizás el trabajo de Zack Gómez, que peca de correcto, esté un escalón por debajo del resto.
Rodada cronológicamente, Bajo la rosa desarrolla, en algunos momentos, planteamientos argumentales que recuerdan a Agatha Christie –hay un secreto, un culpable, una localización, varias pistas y el tiempo apremia-, y a thrillers de factura claustrofóbica marcados por una hora límite. Conscientemente, el realizador canario también plantea una estructura de balances en la que la percepción del espectador, que se mueve en la clásica dualidad de buenos y malos, va evolucionando. Las situaciones de partida, y el acertado montaje de los primeros minutos, nos muestran a unos protagonistas estereotipados, con coordenadas vitales que costará romper. Ese doble fondo argumental de los personajes es un acierto y encaja con el juego moral que se establece entre público e historia, siempre en permanente cambio, en constante revisión.
A pesar de las limitaciones técnicas, el trabajo del tinerfeño en la dirección es notable. La planificación de la escenas se basa en la improvisación actoral; no hay red de seguridad y esto también se nota en los encuadres dubitativos y los desenfoques que se perciben en varios momentos, fruto de ese seguimiento de la acción sin plan previo, casi a ciegas. A pesar de todo, Bajo la rosa muestra de manera descarnada la importancia del encuadre cinematográfico, de la capacidad que tiene la mirada de la cámara para provocar reacciones en el espectador. Ramos consigue sin artificios, y por medio de un montaje sencillo y transparente, provocar que el público pase de la carcajada nerviosa al silencio más sobrecogedor.
Bajo la rosa no deja indiferente; no deja una sonrisa en la cara, tampoco lágrimas. Es una película que cuesta aplaudir –suele ocurrir en las historias centradas en una venganza- pero que queda fijada en la memoria del espectador como un secreto incómodo del que es difícil desprenderse. Bajo la rosa también es el descubrimiento de una trayectoria prometedora, la de Josué Ramos. Habrá que seguirle la pista como director y guionista.
Tráiler de «Bajo la rosa»
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Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense y Máster en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de La Laguna. Coordenadas vitales: literatura, periodismo, música y cine. Ha trabajado en diversos medios de comunicación desarrollando labores informativas (Canal 8 Televisión, Televisión Canaria y Radio Club Tenerife). Es codirector del ‘Festival de Cine Santa Cruz Cine y Red’ y colaborador del Aula de Cine de la Universidad de La Laguna. En la actualidad, centra su labor profesional en el Grupo PRISA Radio en Canarias como productor y presentador en diferentes espacios relacionados con el cine, los viajes y la música. Entre ellos, “Click and Roll música y redes”, donde se encarga de la redacción del guión, la producción, edición de video y la gestión de las redes sociales.