El querido público y la 15ª MIDEC

Fotografía: Laura Swing

¿Cuál es la finalidad de un festival o una muestra de cine? Esta pregunta, a veces de tan obvia respuesta (exhibir una programación concreta de películas), es en muchas ocasiones, más de las deseadas, una necesidad que surge ante el fallo o déficit de determinados eventos. Resulta lógico plantear que la formulación de esta cuestión debe realizarse siempre que se piensa la construcción de una muestra o un festival de cine; de hecho, debería ser la principal preocupación al comienzo de cada edición. La MIDEC quizá no necesita responder a esta pregunta, o tal vez sí, pero, en cualquier caso, la Muestra Internacional de Cortometrajes de la Universidad de La Laguna debe repensarse, hacer un ejercicio de autocrítica y buscar soluciones y acciones de mejora para que las butacas del Salón de Actos de la Facultad de Educación se llenen de un público dispuesto a visionar la rica selección de premiados que conforma su programación.

Antes de continuar he de ser franco con el lector. Por suerte o por desgracia, o más bien por ambas, este año ha sido el primero en el que he podido acudir a la MIDEC. Es importante aclarar esto para no tomar la crítica como algo categórico, sino como parte de una reflexión que surge a partir de esta primera experiencia, y digo primera porque, en efecto, la MIDEC es una de esas citas culturales que conviene apuntar en el calendario. Lo cierto es que la experiencia de esta decimoquinta edición ha sido muy grata, demostrando que la muestra cuenta con una correcta arquitectura y una buena infraestructura para llevar a cabo con éxito el desarrollo de sus cuatro jornadas. El problema en cambio es externo, y común desgraciadamente en otros eventos culturales: la falta de público.

Es inexplicable, todavía en lo que queda de optimismo en quien escribe, que un acto cultural desarrollado por una universidad pública no cuente con un público que proceda de las aulas y los despachos del profesorado. Cómo se puede explicar que no exista interés, no ya entre el alumnado, sino en parte del profesorado docente, en acudir a una cita como la de la MIDEC, que abre la mente a reflexiones tan necesarias en nuestra actualidad como la presencia de la mujer en la sociedad y en el cine. Me pregunto entonces dónde estaban esos estudiantes en defensa por la igualdad la jornada de inauguración del martes 6 de marzo, cuando la cineasta Isabel de Ocampo reflexionaba sobre esta cuestión y compartía además un interesante análisis sobre la evolución de su obra fílmica.

Isabel de Ocampos durante la 15ª MIDEC | Fotografía: Laura Swing

Es cierto que no se puede acudir a todo. La semana pasada en Santa Cruz de Tenerife se sucedieron diferentes actos culturales, como la programación de Tenerife Noir, y como siempre, para el cinéfilo estarán las salas comerciales con sus estrenos y sesiones paralelas – en esa misma semana gracias a Multicines Tenerife y Charlas de Cine pudimos disfrutar de la remasterización de Thelma y Louise, o el clásico Vacaciones en Roma, y en TEA se pudo estrenar definitivamente el documental de Guillermo Ríos, El salto inicial-. Sin embargo, no debemos agarrarnos a excusas ya muy manidas. Tenemos, en cambio, que comenzar a manifestar disgusto y vergüenza por el poco consumo de cultura que manifiesta nuestra sociedad, y más agudamente nuestra juventud. Y no, no vale eso de que nuestros universitarios tienen una cuenta de Netflix; un amante de la gastronomía experimenta con este “arte” o “placer culinario” en un restaurante, y no a través de Just Eat. Consumir cultura no significa tragar sin digestión; requiere de un esfuerzo intelectual y en ocasiones social, físico y económico. Los portales de consumo digital están muy bien, acercan el audiovisual a un gran número de espectadores, pero no es suficiente y no debe ser sustituto de eventos fuera de las leyes del mercado como la muestra que ocupa este artículo.

La MIDEC cumple con la finalidad de una muestra de cine: recopila una serie de títulos de variado y notable interés para acercarlo a un espectador que a través de su visionado podrá conocer distintas y nuevas formas de trabajar el objeto cinematográfico. Así lo cumplen varios de los títulos proyectados durante esta edición. Sin embargo, pese a que la finalidad está clara, su objetivo no se consume al no existir un público que genere bullicio antes de apagar las luces y hacer pasar las imágenes sobre la pantalla blanca. En cualquier caso conviene resaltar algunas de las piezas que fueron proyectadas durante esta edición.

De la jornada del 7 de marzo destaco especialmente la construcción del guión en los cortos españoles de El andar del borracho (Pol Armengol) y El vestido (Javier Marco); la brevedad e inteligencia que desprende la realización de Time lapse (Cristian Avilés), y la puesta de escena y dirección de Growth que condensa en nueve minutos la evolución decadente de una familia en un plano secuencia que tiene lugar en el salón de una vivienda –hipnótico-.

Del mismo modo, de la jornada de clausura del viernes día 9 se podría subrayar el interesante ejercicio de animación de The Stunt Manual (Ben Fernández) que recuerda mucho a la estética y animación propia de los videojuegos de finales de la década de 1980 y principios de 1990; es indiscutible que en Miss Wamba (Estefanía Cortés) existe un guión bien hilado y unas interpretaciones de primer nivel; en el caso de Roles (Álvaro Cuevas) la película es formalmente muy modesta en comparación con su revelación social (habla de la infidelidad machista), y Sweet Maddie Stone (Brady Hood) no experimenta tanto como el resto, pero convence con una dirección bien ejecutada sobre una historia que engulle al espectador desde la primera escena.

El jueves 8 de marzo hubo huelga y manifestación feminista. La programación estuvo dedicada al cortometraje canario con cinco películas que merecían el visionado de más de la decena de personas que acudió aquel día, según cifras de la organización –yo ya había visto cuatro de estas propuestas en más de una ocasión, y socialmente me vi comprometido con un futuro que espero sea alcanzable, y hay que decir que lo justo hubiera sido aplazar esta cita-. De Pozo negro (Miguel G. Morales), Náufragos (Iván López), Archipiélago fantasma (Dailo Barco) y Sub Terrae (Nayra Sanz) ya hemos escrito con anterioridad en crónicas de algunos festivales, es por ello que me detendré particularmente en la película de Miguel A. Mejías, Ella y la ventana.

Fotograma de «Ella y la ventana» (Miguel Ángel Mejías, 2017)

Miguel Ángel Mejías se dibuja hasta ahora como un cineasta de imágenes (quién no lo es) en el sentido de que para él parece que el uso del diálogo es secundario, prescindible siempre que se pueda; así aparece en Icelands (2016) y en Ella y la ventana. Este último cortometraje reflexiona sobre la fugacidad del tiempo (el tempus fugit) y la soledad, dos ideas que suelen relacionarse con normalidad. El planteamiento formal del cortometraje responde inteligentemente a la falta de recursos: tres espacios en el interior de una vivienda, dos actrices y el uso de la cámara que se desdobla en los espejos y en la ruptura del eje.

Ella y la ventana se convierte en un filme que sugiere, que genera ideas y sensaciones en el espectador, también preguntas que no requieren respuestas. El ejercicio no es perfecto, como denota el uso del cambio de foco en una escena que sirve para situar al narrador, o la alegoría final que, aunque bien ejecutada resulta demasiado evidente para lo que implica la lectura del resto de la película. En cualquier caso, pequeñas puntualizaciones subjetivas para este interesante corto dirigido por un joven director canario que se encuentra en plena preproducción de su primer largometraje, La Viajante.

Volviendo a la MIDEC. Esta decimoquinta edición demuestra el buen hacer de la ULL en determinadas apuestas de índole cultural –aunque a algunos le pese la aparente privatización que sufre la programación del Paraninfo mes tras mes, lo cual no es cierto del todo-. No puedo ponerle ninguna pega a la organización del evento, ni tampoco a la programación, de la que confieso salí tan sorprendido que aún me pregunto cómo puede ser que La Orotava llene el Teobaldo Power con entradas de pago y la MIDEC no consiga ni acercarse a ese aforo con entradas gratuitas y películas de un nivel igual o incluso superior en algunos casos. Ese es el problema de la MIDEC, también me pareció que el FIC Gáldar adolece de lo mismo, y ciertamente hay que decir que, aunque MiradasDoc es posiblemente uno de los eventos culturales más importantes del archipiélago, el público a veces se muestra vago para trasladarse a Guía de Isora, y aun así acude sorprendentemente más público del que uno pudiera esperar a priori.  

El público, el maldito público, el querido público, el público de nuestros amores… sin él cuesta justificar la producción cultural, sin él el arte y la cultura en general evoluciona a menor ritmo, sin público la dependencia de subvenciones es mayor, la precariedad aumenta y surge una pregunta incómoda: ¿todo esto para qué? La respuesta no podría ser otra: para despertar las mentes de quienes acuden a los teatros, a los cines, a los auditorios, a los conciertos en la calle, a las salas de arte, a los museos, a las exposiciones itinerantes o a las muestras de cine como la MIDEC, que descubren al espectador nuevas realidades, abren la mente y plantean preguntas que alimentan el crecimiento personal de cada sujeto.

La MIDEC debe existir, acudan 20, 50 o 100 personas cada jornada. Lo público no debe mirar cifras de asistencias como justificación económica, debe, en cambio, atenderlas para tomar medidas que las mejoren edición tras edición. Se me infla el pecho al pensar en la MIDEC después de haberla conocido, pero se vacía de aire al sentir la ausencia del alumnado y profesorado de la ULL. Creo, aunque resulte a veces contraproducente, que la Universidad debe de fomentar iniciativas que obliguen o premien al alumnado a asistir a actos como este. Cada vez es menos raro regalar un porcentaje de la nota o algunos créditos por acudir a las conferencias que organizan los docentes como parte de sus obligaciones contractuales con la Universidad; del mismo modo se tendría que premiar de alguna manera la asistencia y participación en eventos como la MIDEC como incentivo. En el fondo no se trata de llenar las butacas con falsos espectadores, sino más bien de descubrirles, tal vez, algo que desconocen y a lo que no se acercan por sí mismos.

Iván López recogiendo su premio en la 15ª MIDEC | Fotografía: Laura Swing

Palmarés

Premio del público – MIDEC 2018: El andar del borracho (Pol Armengol)

XV PREMIO INTERNACIONAL DE CORTOMETRAJES DE LA ULL 2017

Mejor cortometraje: Sweet Maddie Stone (Brady Hood)

Mejor cortometraje canario: Náufragos (Iván López)

Mejor cortometraje animado: The Stunt Manual (Ben Fernández)

Mejor dirección: Sil van der Woerd por Growth

Mejor interpretación: Olivia Decan por El vestido