
Amarillo, rojo, marrón, negro, azul, verde… el suelo del Valle de Ucanca podría ser el de una playa caribeña repleta de conchas quebradas, el de un paisaje extraterrestre o el suelo inhóspito de Tierra del Fuego a finales del siglo XIX. Hace ya casi dos años, el 6 de octubre de 2018, tuve la suerte de asistir a la última jornada de rodaje de Blanco en blanco, última película dirigida por el hispano-chileno Théo Court y coproducida por la productora canaria El Viaje Films. Recuerdo que sobre el valle las nubes pasaban veloces, cortando a veces la vista majestuosa del Teide siempre omnipresente. El calor de la media tarde iba dando paso, con cada toma, a un frío que raspaba las mejillas cuando el equipo celebrara el corten del último plano. Tenerife ya no era una isla, el Teide dejó de existir frente a la cámara, y el suelo del Valle de Ucanca se convirtió en el escenario de una matanza.
Blanco en blanco no es una película canaria. No es canaria en su argumento o temática, ni en su acento, ni en la labor creativa de la dirección. Blanco en blanco no es una película estrictamente canaria, pero sería desafortunado no celebrar lo que sí tiene de estas islas: El Viaje Films (produce el 80% del film), Jose Ángel Alayón (productor y director de fotografía), David Pantaleón (actor secundario), Jonay Armas (compositor de la banda sonora), Samuel M. Delgado (coguionista junto a Court) y un equipo de producción made in Canary Island. La canariedad de la cinta se esconde tras la imagen, como se camufla la belleza del Teide en el montaje final de la película.

En cualquier caso, Blanco en blanco completa una colección fílmica en la que Alayón ha participado intensamente, no solo desde las tareas de producción, sino en labores técnicas y artísticas, como la dirección de fotografía que ejerce en este proyecto. Dead Slow Ahead (Mauro Herce, 2015), El mar nos mira de lejos (Manuel Muñoz Rivas, 2017), y la película de Court, vienen a establecer una especie de trilogía donde la imagen contemplativa, la quietud, y el sonido se vuelven personajes hipnóticos que trasladan al espectador a realidades lejanas en el tiempo, en el espacio o en lo mitológico. Salvando las disparidades claras de estos proyectos, se antoja posible encontrar un mismo tono en sus propuestas, una misma manera de entender el cine, y por supuesto, se repiten los apellidos de Herce, Muñoz y Alayón en prácticamente todos los títulos; el del cineasta tinerfeño omnipresente siempre.
La película, por tanto, mantiene una máxima que se va imponiendo en las producciones de El Viaje Film: la acción transcurre en el espacio fílmico de lo hipnótico, de la fotografía como arte primordial del ejercicio cinematográfico. En esta ocasión, bajo la batuta del director de Ocaso (Théo Court, 2010), se nos traslada a la Tierra del Fuego a finales del siglo XIX, donde un fotógrafo, Pedro, protagonizado a la perfección por el actor chileno Alfredo Castro, viaja para fotografiar la boda de un terrateniente, Mr Porter, con una niña que pone en juicio su propia moral tras quedar fascinado de su belleza tras la cámara. El paisaje frío e inhóspito, los crímenes contra los pueblos indígenas que se van abriendo ante sí, y el deseo ante la joven novia, ejercen sobre él un trastoque de su propia ética, convirtiéndose, poco a poco, en esclavo de Mr Porter, protagonista absoluto que domina, sin ser visto, sobre el territorio y sus gentes.


Blanco en blanco captura un momento incómodo de la historia, y lo hace mostrando cómo entonces se dibujaba un relato de gloria y construcción de la patria. El fotógrafo se vuelve títere de quien le ordena construir una imagen, y a su vez, es el titiritero de quienes se exhiben frente a su cámara. La fotografía etnográfica se convierte en un producto de desinformación, en un retrato maniqueo de la realidad, en panfleto y celebración del horror. La película consigue desdoblar la imagen, dando paso a un espacio crítico y de libertad en el que el espectador contemporáneo puede juzgar a la sociedad de entonces, pero también a la de ahora. La fotografía, la imagen, ordenan la posición y el movimiento de los elementos frente a cámara, y deciden qué es lo que se queda fuera del cuadro; de la misma manera que Théo Court y Alayón dirigían aquella tarde de octubre al grupo de actores, y marginaban la iconicidad del Teide para trasformar la isla en otro territorio.
El multicolor del suelo de Ucanca se volvía gris azulado con el anochecer. El equipo celebraba el trabajo. El cineasta grancanario David Pantaleón se quitaba el vestuario de su personaje, uno de los cabecillas responsables de la captura de los indígenas. El espacio ya era oscuro, las luces de los vehículos alumbraban el paisaje, y el polvo de la tierra daba paso al humo de cigarros. José M.Villa estaba entonces a mi lado y parecía feliz. Patricia Estévez reía y también reía Alfredo Castro (¿qué sería aquello tan gracioso?). Y aunque entonces no estaba allí con nosotros, ahora en mi recuerdo, imagino al compositor grancanario Jonay Armas poniendo música, la misma música que acompaña armónicamente a toda la película en su montaje final, y sonriendo, sonriendo con su sonrisa eterna. Court y Alayón se miraron: un abrazo. Fin del rodaje.

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En 2011 creó la web sobre cine Esencia Cine (que ya extinguió sus servicios). Acompaña su actividad docente como profesor de Lengua Castellana y Literatura con el periodismo cinematográfico y la investigación sobre distintas cuestiones relacionadas con el audiovisual canario. Desde 2017 dirige Alisios. Revista del audiovisual canario.