En busca de la cura | 18º FICLPGC | Jornadas 7 y 8

Llegamos al final de esta edición del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria con una sensación que se suele repetir cada vez que acudimos a un Festival, así que tendremos a bien llamarla Festivalitis. Es una sensación a medio camino entre el hambre y el empacho, con una voz que nos susurra la certeza de que nuestro criterio está nublado por el ritmo de consumo y la variedad de las propuestas, y nuestra cabeza pide un respiro a la vez que sabemos que una vez termine la cita echaremos de menos un cine al que difícilmente podemos acceder por los medios habituales. Mientras intentamos digerir estas sensaciones contradictorias buscamos una cura para la Festivalitis, dedicaremos unas líneas a hablar de las 4 últimas representantes de la sección oficial.

La primera de ellas es The Bottomless Bag (Rustam Khamdamov), que reinterpreta el cuento En el Bosque de Ryunosuke Akutagawa mediante la narración que le hace una dama a un gran duque ruso para que olvide la pena por la muerte de su madre. Ambos relatos se entrelazan e influyen entre sí, incluyendo referencias a Las mil y una noches, resultando en una suerte de eslabón de relatos en continuo estado de cambio y abiertos a la reescritura. Resulta especialmente significativo un momento en que se ponen en escena situaciones a media que los personajes las describen a vuelapluma, como si la propia película se estuviese creando a sí misma a cada paso. Se trata sin duda de una de las propuestas más heterodoxas de esta edición, dispuesta a poner en duda cualquier normal de la misma manera en que lo hace con el punto de vista de sus personajes, algo que puede resultar confuso a nivel narrativo pero igualmente estimulante.

En su estreno a nivel europeo se presentó Barley Fields on the Other Side of the Mountain (Tian Tsering) que da cuenta de la aún complicada realidad política tibetana, desde el punto de vista de una chica que cuando su padre es detenido por ser contrario al régimen, se plantea huir hacia India en busca de paz, aunque eso suponga dejar atrás al resto de su familia. Resulta interesante a la hora de plantear el conflicto de tener que buscar la libertad lejos de tu hogar, pero en su puesta en escena árida y sus escasos alicientes formales y a la hora de desarrollar un relato titubeante, dejan pocos alicientes para reivindicarla.

Fotograma de «Transit» de Christian Petzold

Encontramos algunos puntos en común, esencialmente a nivel temático en la siguiente película, Transit del alemán Christian Petzold, en la que se plantea un relato de espías con mimbres melodramáticos, en el que el intento de huir de una europa ocupada por el fascismo se convierte en un juego de identidades y rostros en continua búsqueda de aquello que les ha sido arrebatado. El mayor hallazgo de la película está en la decisión del director de situar la acción en un tiempo actual sin concretar, a pesar de que el relato en el que se basa y todas las situaciones que se plantean lo situarían en la Segunda Guerra Mundial. Este carácter atemporal la sitúa a medio camino entre el relato histórico y la ciencia ficción, planteando en segundo término un discurso político sobre la situación actual de los refugiados en Europa así como una reflexión sobre lo cíclico de los grandes conflictos de la humanidad. Desmerece el resultado final el uso de una voz en off, planteada con el pretexto de un personaje novelista y para dar pinceladas de género negro, que resulta innecesaria por reiterativa en muchas ocasiones.

La última de las participantes fue El Espanto, documental dirigido por Martín Benchimol y Pablo Aparo centrado en la población rural argentina de El Dorado, donde sus habitantes parecen no necesitar médicos pues todos tienen alguna clase de remedio para sanar sus enfermedades. La única excepción es la del temido mal del Espanto, al que aparentemente sólo un curandero de la zona es capaz de poner remedio, pero pocos quieren hablar de él o sus métodos. Con este punto de partida se va construyendo un retrato del pueblo y sus habitantes a través de sus propias palabras en unas entrevistas donde nunca escuchamos la voz del entrevistador, con un resultado especialmente espontáneo. Esa espontaneidad hace que algunas afirmaciones preocupantes que hacen, que van desde negar evidencias científicas hasta la homofobia más recalcitrante, parezcan menos ofensivas, hasta el punto de provocar no pocas risas en la sala y no poder evitar sentir cierta ternura ante quienes las pronuncian. Ese nivel de complicidad y sinceridad son fruto de los dos años que los directores estuvieron rodando y trabajando con los habitantes de El Dorado. Resulta muy interesante cómo las miradas y silencios dejan entrever aquello que los protagonistas no quieren contar, y como el devenir de la realidad acaba llevando la intriga del curandero a un punto muerto sin resolver, aunque para cuando eso sucede ya hemos descubierto que la trama es lo de menos.