[22FICLPGC] Jornada 2. No es cine canario todo lo que dice serlo

Fotograma de "Circe" (María Abenia, 2022)

Diez minutos separaban mi cama de la butaca de los Cinesa El Muelle durante mis días en el 22º Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. Podría parecer poco tiempo, pero en ese pequeño marco temporal pueden desencadenarse muchos hechos insólitos, aunque a mí, no me ocurrió nada sorprendente en mis idas y venidas. Aquella mañana del sábado 15 de abril tampoco pasó nada extraordinario en mi encuentro con el séptimo arte; toda la magia quedó relegada a la pantalla de la Sala 9. Subir escaleras, bajar escaleras y el culo sobre el asiento de aquel espacio un tanto lúgubre y acondicionado por la humedad de paredes y moqueta -existe un olor a cine moribundo que tiene cierto encanto.

Todo comenzó con “La Tara” un documental de creación muy personal, con una mirada conquistada por el yo de su directora, la argentina Amparo Aguilar. La película ciertamente está bien: tiene buen ritmo, es original, cuenta una historia interesante y, aunque se hace un tanto repetitiva al abusar de ciertos recursos textuales, si entras en su juego resulta muy disfrutable. Se podría decir que la película es un batiburrillo de cosas, una excusa para que Aguilar pueda probarse definitivamente delante y detrás de una cámara -como afirma en un momento dado del film-, pero al mismo tiempo, nos habla de su familia, de “El cuarteto Aguilar”, de su huida de una España azotada por la Guerra Civil, de las trifulcas internas entre hermanos y de una película familiar perdida, “Tararina: la bohemia de hoy”, la primera y única película surrealista del cine argentino. Si bien el documental presenta un interés notable, no nos engañemos, la “canariedad” de la cinta solo responde a la coproducción de Tourmalet Films (Omar Razzak), ya que la película nace y crece desde el yo de su directora, y la propia película, en sus últimos segundos se define así: “La Tara, película argentina producida entre 2017 y 2022…”.

Fotograma de "La Tara" (Amparo Aguilar, 2022)
Fotograma de «La Tara» (Amparo Aguilar, 2022)

No escondo el escozor que siento cuando observo que en la Canarias Cinema entran títulos cuya vinculación con las Islas, la mirada insular, o el crepúsculo cultural del Archipiélago es, no ya escaso, sino casi inexistente. ¿A alguien se le ocurre afirmar que “Buscando a Nemo” (2003) o “Cars” (2006) sean películas canarias por la participación en ellas del animador canario Carlos Baena? ¿Cuál es el límite? Podría parecer una cuestión menor, o incluso se podría tachar esta lucha particular de ridícula, nacionalista o algo peor; sin embargo, no es baladí. Cuando una película como “La Tara” o “Matadero” entran en una sección a concurso de films canarios quitan el espacio que podrían ocupar otros títulos (posiblemente menores en capital de producción o recursos). Quizá la cuestión sea que la producción local es tan escasa que no haya “de donde rascar” para montar una sección a concurso. Si ese es el caso, ¿qué vergüenza hay de admitirlo? Lo que no tiene cabida es que, en unas décadas, cuando alguna persona curiosa bucee en la historia del cine local, se tope con películas como estas dos que se han citado, además de con otras de indudable capital cultural local. Algunos de los que hace ocho años lanzaban piedras contra las megaproducciones que llegaban de Hollywood para rodar en las Islas, hoy, sin quererlo, están aceptando que proyectos internacionales se traten como fondo del arte, de la cultura, del cine local.

«Quizá la cuestión sea que la producción local es tan escasa que no haya “de donde rascar” para montar una sección a concurso.»

De esta manera, con estas dudas y contradicciones en mi haber, llegué a la selección de cortos canarios a concurso. En esta edición fueron siete las películas que se proyectaron en un pase -en otras ediciones se llegaron a dividir en dos por el número o el tiempo acumulado entre las cintas-. Claro está que cantidad no es sinónimo de calidad -afirmación mundana y barata pero tan real como la arena de Las Canteras-; no obstante, en este caso, lo escueto no fue sinónimo tampoco de grandeza. Siendo justos, tres fueron las películas que presentan, desde mi ojo, un especial interés: “Circe” (María Abenia, 2022), “El padre bueno” (Jorge Cañada Escorihuela, 2022) y “Shirampari: herencia del río” (Lucía Flórez, 2022). A medio camino, se podría destacar la comedia que dirige con soltura Pablo Fajardo en “En un segundo”, protagonizada por una Sigrid Ojel que en esta edición del festival se ha lucido con este corto y el largometraje de Omar Razzak, “Matar cangrejos”. Por su parte, “Todo el mundo habla de Javier” (Fátima Luzardo, 2022) tiene sabor a un teaser de dos minutos, y no ahonda ni sacude al espectador con un tema tan delicado para la historia reciente de las Islas como fue el asesinato de Javier Fernández Quesada en la Universidad de La Laguna durante una actuación de la Guardia Civil -atención al trabajo en profundidad que prepara el cineasta tinerfeño Iván López al respecto-. Del mismo modo, “Visionado” (Manuel Román Sierra) presenta un juguete de cuatro minutos que llama la atención, pero que no va más allá de su juego reflexivo sobre la fugacidad de la vida. Por último, “Cloro” (Pablo Borges Díaz-Llanos, 2023), llega de la mano del Instituto del Cine de Canarias, y lo cierto es que peca de ser excesivamente académico en su planteamiento formal y narrativo, además de pretencioso al llegar sus créditos finales en los que se autodefine como un “nuevo cine canario” -y de nuevo hay poco.

Se podría decir de “Circe” que el trabajo de adaptación del mito griego a la Canarias contemporánea es elegante, atractiva en la imagen y de una suerte de mezcla entro lo local y lo clásico que da como resultado un cortometraje con el que poder explorar cuestiones que van más allá de la relación del ser humano con la naturaleza. Por su parte, la potencia lingüística de “El padre bueno” merece un reconocimiento aparte. El trabajo de arte, la concepción teórica del film y su reflejo sobre la pantalla prometen a un director que quizá pueda en el futuro gozar de una mirada personal de interés. Finalmente, la mayor virtud de “Shirampari: herencia del río” se encuentra en su buen hacer como documental antropológico. La película nos muestra los últimos suspiros de herencia y tradición de una tribu de la Amazonia peruana. Un trabajo de estudio interesante y que ofrece una interpretación de la realidad escondida entre sus imágenes. ¿Acaso ese río fangoso, casi seco, no es metáfora misma de la existencia de la propia tribu?

Por la tarde, la proyección especial de “El Espíritu de la Colmena” (Víctor Erice, 1973) ofreció la oportunidad del reencuentro en pantalla grande con una de las películas más importantes de la filmografía nacional. La proyección se acompañó de un coloquio moderado por el crítico e historiador Jaime Peña, la directora Carla Simón y el director José Luis Guerín. Personalmente eché en falta un mayor acercamiento analítico sobre la película, pero a cambio, fue un placer descubrir algunas afirmaciones interesantes de Guerín que reflexionó sobre la experiencia traumática que para muchas personas supone el primer encuentro con el cine, o su personal valoración de un cine observacional impostado construido para festivales y sin una conciencia real de sus propios creadores. Del mismo modo, la jornada finalizó con la proyección especial de uno de los mayores clásicos del cine de Harold Lloid, “El hombre mosca” (1923), que cien años después mantuvo al público atrapado en una risa constante. Y así, con buen humor, anduve los diez minutos nocturnos que me condujeron a la habitación del hotel pensando en aquello que hace imperecederas a algunas películas.

22ºFestival Internacional de Cine Las Palmas de Gran Canaria. Camera Obscura. Tana Santana y proyección . Miller. Foto Quique Curbelo
22ºFestival Internacional de Cine Las Palmas de Gran Canaria. Camera Obscura. Tana Santana y proyección . Miller. Foto Quique Curbelo