
El viaje fue tranquilo desde Tenerife. Las aguas atlánticas fueron más apacibles que el estrés automovilístico que sacude las carreteras grancanarias. Fue una verdadera odisea encontrar aparcamiento en Gáldar, pero el verdadero reto estuvo en la búsqueda del Centro Cultural Guaires (Cine Guaires). Antes de llegar a la sede de este V FIC Gáldar, me sorprendía la escasa (o nula) presencia del festival por las calles de la ciudad norteña. La cartelería era inexistente, y los vecinos, sorprendidos, desconocían que allí se celebrara un festival de cine. Después de interrogar a toda una avenida, por fin, llegué al «Cine Guaires», una sala pequeña, humilde, y a la que tristemente asistieron poco más de 40 personas -la gran mayoría relacionadas con los cortometrajes canarios que se iban a proyectar.
La proyección de los cortometrajes canarios no comenzó muy bien. Una presentación sosa, algo improvisada y excesivamente informal vaticinaba el desenlace de la jornada. Fueron 10 los cortometrajes «canarios» que se presentaron dentro de la Sección Oficial, y aunque la predisposición de quien firma estas palabras era positiva, mis sensaciones fueron negativas; una decepción continua. Como dice una de las protagonistas de Sintigo (Aarón Hernández): «si es que te miro y no siento nada». Y en efecto, las películas fueron deslizándose por mi retina, perdiéndose inmediatamente en mi memoria, y reafirmando la tesis que desde algunos meses sostengo: el estado de salud de la ficción canaria es preocupante.
Es cierto, en defensa de las piezas expuestas, que la calidad de la sala era muy cuestionable, y más para un festival internacional que cumple ya cinco ediciones. El sonido daba ciertas faltas, pero la imagen directamente se mostraba turbia, pixelada, con los colores muertos, y los bordes desenfocados. Puede, en efecto, que esta situación lastrara parte de la calidad de las películas, como evidenció El Viaje del Libro (Dani Millán), cortometraje documental de un gusto exquisito que se me presentó de manera distinta a como lo he visionado en dos ocasiones anteriores. Es, por tanto, fundamental que esta circunstancia se corrija. ¿Se imaginan asistir a una obra de teatro donde los focos parpadeen y el decorado se caiga?
Por lo general los cortometrajes presentaban una estructura academicista, un protagonismo claro del apartado actoral, y cierta tendencia estética posmoderna. Timeder, de Dennis García fue el primer corto en exhibirse. Realizado en el concurso de cine exprés del Phe Festival del Puerto de la Cruz, el director tinerfeño reformula la premisa de su corto Selfish con una nueva app que permite viajes en el tiempo. En esta ocasión los usuarios de dicha app, similar a Tinder, pueden establecer citas con personas del pasado que viajan hacia nuestro presente histórico. A partir de esta idea se establece un humor sencillo, decorado con cierta ñoñería conscientemente exacerbada, y un mensaje social, crítica de nuestra situación actual (se hace referencia al conflicto sirio), que encaja en la película, pero resulta precipitado y falto de compromiso social.

En clave de comedia también trabajan Gustavo G. Torres con Amor fugaz, Yeray Pacheco con Cuidado Antonio, Aarón Hernández en Sintigo, o Ester Logón en Mi primera vez. La buena realización de Torres y Pacheco queda condensada en la correcta materialización de una idea sencilla, sin mayor pretensiones que las que se muestran en la pantalla. El éxito de Amor fugaz se encuentra en las interpretaciones de Aarón Gómez y Sofía Privitera que resumen la evolución «romántica» de una relación en el encuentro de una primera cita. No le hace falta más a Gustavo G. Torres, y de esa forma firma un corto sencillo, pero eficaz. Por su parte, Yeray Pacheco transforma a Rafael Navarro en un anciano cuya libertad se ve coartada por su mujer. El humor reside en los límites que ella le establece a través del leitmotiv «¡cuidado Antonio!»; una realización sencilla, pero igualmente bien ejecutada, dan lugar a este cortometraje que, en cualquier caso, nos muestra una fórmula ya redundante en el mundo del cortometraje.
Resultados muy distintos los encontramos en las piezas de Logón y Hernández. En ‘Mi primera vez‘, pieza rodada para el festival de cine exprés Tenerife Noir, Ester Logón pretende establecer la comedia a través de una analogía con tintes sexuales. La fórmula, sobre explotada, no solo resulta evidente, sino que no funciona, relegando la película a un estado de insustancialidad que incomoda. Por su parte, Aarón Hernández falla con Sintigo, cortometraje pretencioso, que cruza tres historias de (des)amor sin un elemento conexo claro, y mucho menos natural. La fórmula hace uso de la parodia, y de un sentido estereotipado del amor romántico que no hace gracia, y tampoco enamora. Las interpretaciones, no destacan especialmente, pero salvan parte del producto resaltando, por suerte quizás, el apartado cómico del film.
El rostro más simpático de la selección canaria se cerró con El Viaje del Libro, de Dani Millán. Un diario de viaje original, sencillo y de colorido gusto estético (en sentido positivo). La película de Millán da voz al relato que un ciudadano de Gambia dibuja sobre lo que significa África; sin profundidad, con claridad y cercanía. Un mensaje directo y eficaz que se camufla con acierto a través del reencuentro de este personaje y Millán, quien le entrega un libro con fotos del día en el que se conocieron. La película, perteneciente al catálogo de Canarias en Corto 2017, es, para quien firma este texto, una de las piezas mejor realizadas y más hermosas de este año; una de esas películas a las que es imposible resistirse.

Finalmente, el drama, el terror y la temática social estuvieron representados por La Otra de Daniel León Lacave, Para siempre de Marta Fuenar, Elena Gracia y Raquel Castelló, Hear me Out de Iván Monagas, y Herida de Omar Sánchez Pita. La película de León Lacave, se muestra de alguna manera, como un homenaje a El Resplandor de Kubrick. La película recrea una atmósfera de lo extraño haciendo uso del paisaje isleño, y recreando el terror en el suspende de los escenarios vacíos, el uso excelente de la música de Jonay Armas, y unas interpretaciones que aportan la mitad del texto a la película. Saida Fuentes, Yazmina Guerra, Sol Mendoza y una magnífica Cristina Piñero dan vida a La Otra, a la que se le puede achacar ciertos límites en la posproducción de la imagen.
En Para siempre, el trío formado por Marta Fuenar, Elena Gracia y Rasquel Castelló, despliegan sobre la pantalla un único plano en el que el personaje de Elena Gracia desarrolla un discurso para una amiga que se va a casar. Sin embargo, no todo el sentido del amor es positivo, y ahí se encuentra el cambio de discurso y de registro de la actriz. No obstante, la pieza resulta pretenciosa, desnaturalizada, e incluso en ocasiones la interpretación queda empañada por la mirada que parece perderse en algún texto tras la cámara. El uso del registro «documental» no aporta mayor veracidad al relato; todo lo contrario, demuestra el lastre que supone en la actualidad el uso injustificado de la cámara en primera y segunda persona.
Por último, Hear me Out y Herida jugaron dentro del cine social. En el caso de la película de Iván Monagas se representa la situación de exclusión laboral que presenta un chico con problemas de audición. La película sorprende con el uso de la imagen, y la excesiva inclusión de planos aéreos y planos detalles de la Harley Davidson con música de acompañamiento. Monagas pierde al espectador ante el bucle de estas imágenes que funcionan con el código impuesto por la tradición publicitaria, y en consecuencia, el mensaje social de Hear me Out se esfuma tras el agotamiento del espectador.
En el caso de Herida, de Omar Sánchez Pita, nos encontramos con un corto en blanco y negro, que reivindica la libertad de las personas a manifestarse. Sin embargo, la propuesta, que al principio parece ser otra película más sobre el maltrato machista, sorprende con esa otra naturaleza temática. No obstante, la película no consigue retratar con suficiente acierto el dolor y la agresión policial (que parece criticar Sánchez Pita con un dudoso, «ni un abuso más a la autoridad»), al perderse en el uso estético de la música y jugar el plano narrativo en una estructura sobradamente reconocida por el público. Sin sorpresa no hay impacto.
En definitiva, la selección de cortos canarios dio evidencias del momento de poca riqueza textual de la ficción canaria en estos momentos -al menos en lo que atañe a los cortometrajes-. La presencia de varias películas realizadas para concursos de cine exprés plantea la misma pregunta que me despertó el año pasado la selección canaria del Festival de Cortos Villa de La Orotava: ¿no hay una producción más interesante que la que se da en estos certámenes? No quiero afirmar que estas películas nazcan con una calidad inferior a otras, pero debemos considerar que no disfrutan de la misma calidad de producción que productos más elaborados y apoyados económicamente. Sin embargo, esto tampoco debería ser una excusa. El cortometraje ofrece al realizador la libertad de innovar sin miedo, de saltarse los códigos impuestos por las líneas más mainstream, y de encontrar una personalidad propia en el relato. De eso adolece, por lo general, el cortometraje canario de los últimos años; al menos, así lo muestran las selecciones de algunos festivales. Quizá debamos comenzar a preguntarnos qué películas llegan a qué festivales, y que cine seleccionan ciertos festivales. Hasta el sábado 21 de octurbe el Cine Guaires seguirá dando espacio al séptimo arte en Gáldar.
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En 2011 creó la web sobre cine Esencia Cine (que ya extinguió sus servicios). Acompaña su actividad docente como profesor de Lengua Castellana y Literatura con el periodismo cinematográfico y la investigación sobre distintas cuestiones relacionadas con el audiovisual canario. Desde 2017 dirige Alisios. Revista del audiovisual canario.