¿Quién es José Luis Gutiérrez? | OPINIÓN | 18º FICLPGC

A las ocho y media de la mañana la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria está en pleno proceso de despertar. A lo largo de la Calle Triana algunos comercios ya comienzan a abrir sus puertas o se vislumbra las primeras faenas de los trabajadores al otro lado de las verjas que protegen a las tiendas de los robos nocturnos; los bares de desayuno no son tantos, y los que son cortejan los estómagos de los viandantes que desfilan por los adoquines camino al trabajo con legañas aún en los ojos. Es agradable andar por esas calles cuando el aire aun es fresco y la luz amable y suave. Cada mañana, a lo largo de estos primeros días de Festival, he disfrutado del paseo previo a la primera proyección en los Monopol; un ritual que sirve para oxigenar la mente antes de enfrentar las jornadas maratonianas de cine.

Ya en el Monopol, minutos antes de comenzar la primera sesión de las nueve, las taquillas se abren, yo entrego mi acreditación y retiro las entradas para las películas de ese día. Subo las escaleras, ¡Pic! y me siento en una de las butacas de la sala. El cuerpo se relaja; libero aire de los pulmones, estiro los brazos hacia el suelo (para que nadie se sienta ofendido) y espero impaciente a que la película rompa aquella tranquilidad y nos descubra a todos los espectadores otro mundo, otra historia. Sin embargo, aquella rutina ejecutada con peligrosa religiosidad para lograr el visionado perfecto se destruye, queda dinamitada cuando se apagan las luces y tras la cabecera del festival aparecen, no los créditos iniciales, sino una ristra desproporcionada de anuncios de patrocinadores. Uno podría omitir su visionado, pero cómo escapar del ruido y de la música con la que decoran sus productos.

Seamos justos, un festival como el de Las Palmas necesita de ese apoyo económico para poder ofrecer una programación tan amplia y rica; sin embargo, aquí lo que se plantea no es que no deba de haber anuncios, sino su cantidad y duración conjunta. Uno casi tiene la percepción de asistir a una sesión de cortos muy cortos; películas comerciales, muy “mainstream”, con clara influencia de un posmodernismo estético resultón, excesivamente pretenciosas y efectistas.  Piensen en el spot de Tónica Schweppes, pieza de cine erótico con claras referencias al acto sexual a través de la construcción alegórica que representan los estambres y pistilos de una flor o los granos de pimienta que fecundan una copa. La pieza además reivindica un amor sin fronteras, interracial y de poliamor, como reflejan los tres tipos de tónica que se anuncian. Menos convincente es, por su parte, la propuesta de Clínica IOC, que además de evidenciar claros déficit en el uso del lenguaje (requiere de la introducción de un intertítulo para aclarar su contenido) cuenta con un nefasto reparto, el de la UD. Las Palmas que lamentablemente, por desgracia del deporte canario, no parece que vaya a continuar en la división de oro del fútbol español… ¿Acaso el estado de IOC es el mismo?

Pero las propuestas son muy variadas, como evidencia la película familiar de Tirma; una historia convencional, de un romanticismo exagerado que no aporta nada nuevo al género: el sabor de siempre. Dorada y Mutua Tinerfeña presentan dos documentales musicales que se centran en la sociedad canaria; el primero protagonizado por Alex García y con la dirección musical de Diego Navarro (entre otras colaboraciones) cae en un excesivo tono posmodernista que queda reflejado en el uso de los intertítulos y la creación de imágenes de tono casi onírico, preciosista y reforzadas por la música. En el caso de Mutua Tinerfeña se dibuja con grandes dosis de optimismo una sociedad donde los problemas se solventan solos; la música guía la construcción de la propuesta, sin embargo, aleja al espectador de la realidad. Esa misma distancia con la realidad se produce de manera explícita en el enigmático anuncio de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria que presenta una capital de ciencia ficción, en una galaxia muy muy lejana, donde hay más árboles que asfalto y un aire más puro –humor negro mezclado con fantasía-. Hospital San Ronque firma un corto dramático con final abierto. La vida es un paseo a lo largo de una playa que se desvanece como las huellas que borran las olas en la arena. La concepción trágica de la película queda, no obstante, contrastada por el uso de una banda sonora que evoca cierto confort hasta su plano final en el que la incógnita de la muerte no queda resuelta.  

 Finalmente, Fundación Cajamar repite la propuesta de otras ediciones con su película metalingüística de bajo presupuesto y realización amateur. En clara consonancia con la programación que plantea el FICLPGC seleccionando cine de autor, esta pieza demuestra que con poco se puede hacer mucho si la idea es buena; sin embargo, aunque el cine es la más colectiva de las artes, la película ha sido realizada en solitario por José Luis Gutiérrez, autor canario desconocido por el sector audiovisual de las Islas.

Tras el visionado de toda esta selección amorfa que se repite en todas las sesiones de cada jornada, el cine de verdad da comienzo. Sin embargo, las primeras escenas son contaminadas por el ritmo frenético y el volumen estruendoso de los spots. Quizá sería más sensato que cada patrocinador se muestre en una sección concreta o que realicen otro tipo de aportaciones, porque al final uno termina hastiado y sufre cada vez que la presencia de los spots rompe el acto solemne del cine. El arte, la cultura que se respira en un festival como este no tendría que verse maltratado por este tipo de iniciativas –¿imaginan una exposición de fotografías donde cada obra esté repleta de logos de patrocinadores?-. Quizá sea conveniente repensarlo, tanto por parte del Festival como de las empresas que hacen posible, todo sea dicho, que cada año la magia del séptimo arte inunde de manera especial las salas del Monopol con la rica propuesta del FICLPGC. Mientras tanto me pregunto ¿quién es José Luis Gutiérrez?