
“Lo cierto es que la selección de cortos canarios de esta edición no será recordada como una de las mejores del festival […] algunos cortometrajes no estuvieron al nivel de maduración formal que se le debe de exigir hoy a la cinematografía canaria”. Con esa contundencia escribía hace un año sobre la selección de Cortos Canarios que participaron en el XI Festival de Cortos Villa de La Orotava. Las sensaciones negativas de entonces respondían a la sobreabundancia de piezas realizadas en concursos de cine exprés, a la baja creatividad de algunas obras, y a la escasa calidad técnica y formal de algunas piezas. Todo ello lo volvimos a vivir hace unas semanas en el V FIC Gáldar, y antes de entonces en el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. Sí, el cine canario no tuvo un año muy alentador, en cuanto a su paso por festivales se refiere.
Sin embargo, la Sección Canaria de este XII Festival de Cortos Villa de La Orotava llegó, la noche del jueves, al Auditorio Teobaldo Power para arreglar los platos rotos. Diez cortos que conformaron una selección con mayores aciertos que errores, y que, por encima de todo, consiguieron conectar con las más de 200 personas que acudieron a este maravilloso espacio –récord histórico para la Sección Canaria de este festival-. Sí, en la Orotava se respiraba anoche mucho cine, mucha pasión, pero sobre todo, un atisbo de esperanza, de sueños por cumplir para el audiovisual canario.
Algunas de las películas seleccionadas ya eran conocidas. El becerro pintado (David Pantaleón, 10’), Pozo negro (Miguel G. Morales, 5’), Morir en el intento (Escuela de Cine Cámara y Acción, 13’), 29 de febrero (Ángel Valiente, 10’), Hay algo en la oscuridad (Fran Casanova, 15’), El Gigante y la Sirena (Roberto Chinet, 20’), Náufragos (Iván López, 8’), Quimera (Cándido Pérez de Armas, 5’), Martín (Emilio González, 7’) y Arte (David Cánovas, 12’). Una enorme heterogeneidad que encuadraba con la seña de identidad de Cortos Orotava: variedad y cine para el gran público.

La sesión se dividió en dos partes, con un descanso de 15 minutos en el que los espectadores pudieron refrescar la vista y el paladar con una Dorada Especial Negra y un montadito de pata –lo canario también se saboreó-. La primera en proyectarse fue la película de David Pantaleón, un cortometraje que está cosechando una larga y fructífera trayectoria por festivales internacionales, y que lejos de “asustar” al público provocó las risas del mismo.
El becerro pintado está llamado a convertirse en uno de esos títulos que recordaremos por mucho tiempo, pese a no ser la película que mejor condensa, de momento, el estilo y el arte del realizador grancanario. Con ésta, llegó, quizá, mi quinto visionado de la cinta y una nueva interpretación, un acercamiento más sencillo del que había realizado hasta el momento. Si lo religioso se posiciona en primer plano ante la cámara, la parodia se sitúa en un segundo término. La religión es una ilusión, es un becerro que aparenta ser de oro, una farsa que se descubre bajo lo basto, lo superficial y lo escamo. Y eso Pantaleón lo lleva al plano de lo local y de lo universal.
Junto al Becerro, la noche disfrutó de otras dos piezas de no ficción. Sorprendentemente Pozo negro fue el estreno de Miguel G. Morales en La Orotava (municipio del que es natural). La pieza, breve, se encaja dentro de la última corriente artística de uno de los documentalistas más experimentados y con mayor trayectoria del Archipiélago. Su intención es el retrato del pasado, del trabajo arduo y desmecanizado, de esa rusticidad que se respira también en Juana (Silvia Navarro y Miguel G. Morales, 2016), y en su último largometraje Las Manos (2015). Pero lo hace en directo contraste con el presente a través del testimonio de un personaje muy particular, que acompaña su propia fotografía colgada en la pared junto a Fidel Castro y Francisco Franco).
Por su parte, el trabajo presentado por Ángel Valiente, 29 de febrero, presentaba claros déficit en su realización técnica, y un guion y montaje muy frágil que requiere de un intertítulo final para trasladar al espectador parte del mensaje. Una película que desaprovecha parte de la realidad que tiene delante por no relacionarse lo suficiente con ella, o por no conseguir trazar un texto más desgarrador y ambicioso sobre la barra de edición.

En cuanto al apartado de ficción, los siete cortometrajes restantes se acercaron al drama, la comedia, el terror, la fantasía y el cuento. Variedad dentro de la variedad, pero sin encontrar ninguna pieza que se arriesgara a salirse de ciertos cánones establecidos. Quizá, en ese sentido, una de las piezas más llamativas fue el cortometraje de Cándido Pérez de Armas. En Quimera el universo y el lenguaje del tinerfeño se identifica rápidamente, pero en esta ocasión con un resultado más pulido y fácil de interpretar. Con su fantasía encontramos una explicación, casi mitológica, a la naturaleza de la maldad, de la violencia, de la sombra oscura que cualquiera de nosotros puede llevar consigue. Una herencia que acompaña a nuestra cultura de manera trágica y permanente. La violencia se representa como un hecho triste, irremediable, como problema y solución.
Así pues, resulta llamativo el juego de fantasía que se expone igualmente en Morir en el intento. Este cortometraje realizado por alumnos de la Escuela de Cine Cámara y Acción con la ayuda de realizadores de las islas, tiene una reminiscencia clara a MinAa (Cándido Pérez de Armas, 2014) en un momento de ensoñación de la actriz protagonista. Sin embargo, pese a los pequeños puntos negativos de la pieza, como ciertas interpretaciones secundarias, lo evidente del montaje y la artificiosidad, hay que reconocer el buen resultado de este proyecto colectivo realizado por nuestra futura cantera de cineastas.
Una cantera de cineastas a la que quizá también se le pueda sumar en un futuro las interpretaciones de Leo Ramal (8 años). El joven protagonista de El Gigante y la Sirena es, sin duda, uno de los puntos positivos del último filme de Roberto Chinet. La película, sin embargo, adolece de una falta de espacio y profundidad para desarrollar con tranquilidad y acierto la historia. Pese a ser el corto de mayor duración de la selección, la película de Chinet presenta un corte de largometraje, y eso, como sabemos, requiere de mayores recursos. Ahí, quizá, se encuentre el motivo del fallo.
La película es, literalmente, un principio y un final; no hay trama, se precipita, y el desarrollo desaprovecha la serenidad que se esperaba de un cuento como el que prometía El Gigante y la Sirena. También se nota en las interpretaciones, a las que les faltó un poco de trabajo, aunque hay que destacar el buen hacer de Antonio de la Cruz en gran parte del metraje. Pese a todo, la película se muestra hermosa, y cuenta con una fantástica factura técnica. Lástima que no se pudiera llegar al largometraje; ojalá pudiera hacerlo en un futuro. La historia lo vale.

También a medio hacer se queda Hay algo en la oscuridad. El último trabajo de Fran Casanova reza el convencionalismo del cine de terror desde el propio título de la película. La película está muy bien realizada y presenta un resultado ejemplar: consigue transmitir tensión y suspense al espectador, tiene una buena narración y no se le puede decir ni un pero a las interpretaciones, montaje y postproducción. Sin embargo, la bondad de su resultado es fruto de un maniqueísmo claro que juega con las reglas más evidentes y manidas del género de terror, y eso, personalmente, me molesta. Ante todo, hay que celebrar la capacidad de dirección de actores que demuestra Casanova trabajando con la pequeña actriz protagonista, Luna Fulgencio, y su capacidad para enganchar al espectador a la historia. Sin embargo, se echa de menos mayor atrevimiento por parte del director tinerfeño que, con este, suma un nuevo trabajo a celebrar en su filmografía. Si quieren apoyar su trabajo, actualmente busca colaboración a través de crowdfunding para distribuir la película. ENLACE AQUÍ.
También de cierto efectismo se pueden tachar los trabajos de Emilio González y David Cánovas. Con Martín, González consiguió provoca la risa entre el público con una comedia protagonizada por un, como siempre, fantástico Aarón Gómez. El gag en esta ocasión nos dirige directamente al “hombre desenfocado” de Desmontando a Harry (Woody Allen, 1997), con la variante de que aquí la dolencia “audiovisual” que sufren los personajes tiene que ver con el sonido: un desfase en la sincronización, subtítulos insertos, o interrupciones publicitarias. Así, Martín se muestra como una cinta simpática, sin muchas pretensiones y artificios; una comedia que puso su particular acento a la noche.
En el caso de Arte de David Cánovas, el efectismo se busca para enfatizar la propia idea del film, basada en la novela gráfica homónima del tinerfeño Eduardo González. Una exposición subversiva de fotografía que muestra imágenes impactantes de cadáveres, se convierte en telaraña de sus próximos retratados. Una idea explosiva, demasiado impactante, y exagerada ante la cámara; quizá culpa de ello la tiene el trabajo de dirección con Angelo Olivier, cuya interpretación se muestra aún más exagerada, e inverosímil. Esto, sin duda, afea el resultado final, y nos despega de la crudeza de la película, no sin antes convertirse en lo mismo que las fotografías de la exposición, un objeto impactante, grotesco en cierto modo, y bello.

Finalmente, volvimos a disfrutar del último cortometraje de Iván López, Náufragos. Un relato de montaje muy bien elaborado, donde el ritmo se vuelve protagonista del desenlace vital de una anciana relación de pareja. A todo lo escrito ya sobre este título podríamos añadir ahora el detallismo que alcanza la película. Una gran variedad de pequeños elementos pueblan las habitaciones de esa casa decante, a punto de desplomarse sobre el peso de sus años. Lo estrafalario se vuelve bello, lo grotesco hermoso, y con ello, el efecto, es de un posmodernismo que no engaña, sino abraza y conduce al espectador al juego de la película. Lo único que se le puede achacar a la película es la falsa vida que posee el agua digital –efecto que hay que reconocer su esfuerzo de varios meses de trabajo-, la cual afea el resultado final; el truco se desvela, y rompe la sensación de “realidad”.
De esta forma, la noche del cine canario se reconcilió con la crítica que hemos expuesto en los últimos meses, y sobre todo, se encontró con un público que salió encantado de la sala. Diez películas que ejemplifican, por lo general, una línea satisfactoria de trabajo, y a las que seguro se pudieron añadir otros tantos títulos que no tuvieron la suerte de ser seleccionados. Sin duda, el regreso de las ayudas es un anuncio alentador, aunque su reparto no ha contentado a todos, y sus bases y exigencias tampoco.
En cualquier caso, esperamos que el apoyo económico reflote y alimente a la parte más débil de la industria, y sobre todo, que sirve de incentivo para que lo privado también participe en su financiación. Todos estos trabajos lo requieren, y algunos de ellos lo necesitan para alcanzar un éxito asegurado, como puede ser el caso de El Gigante y La Sirena (en un formato de largometraje), o la de tantos proyectos y sueños que pueblan y han ocupado la mente de nuestros cineastas. Con impaciencia; ¡hasta la próxima!
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En 2011 creó la web sobre cine Esencia Cine (que ya extinguió sus servicios). Acompaña su actividad docente como profesor de Lengua Castellana y Literatura con el periodismo cinematográfico y la investigación sobre distintas cuestiones relacionadas con el audiovisual canario. Desde 2017 dirige Alisios. Revista del audiovisual canario.